La causa de la aparición de esta enfermedad es desconocida en la mayoría de los casos. Se han estudiado agentes infecciosos como bacterias o virus, aunque se sospecha que, en gran parte, se trata de un trastorno del sistema inmune. En las enfermedades autoinmunes, el sistema inmunitario produce sustancias que se usan en contra de su propio organismo, en este caso las articulaciones. La consecuencia de ello es que se inflaman.
Algunos de los factores que aumentan el riesgo de su desarrollo son imposibles de prevenir, como la genética, defectos en el sistema inmune o la forma de respuesta de nuestro cuerpo ante algunas infecciones en las que acaban atacando por error a los tejidos de nuestro propio cuerpo.
Otros factores que aumentan el riesgo como lesiones o traumatismos y bacterias, hongos o virus que puedan afectar a nuestras articulaciones.
Dependiendo de su causa, podemos diferenciar distintos tipos:
Los principales síntomas de la artritis son la inflamación y el dolor de las articulaciones. El dolor suele estar provocado por la inflamación de la membrana sinovial que recubre los cartílagos.
Los dolores que provoca esta enfermedad conducen a la pérdida progresiva de la movilidad. Asimismo, las articulaciones se deterioran y pueden provocar unas posturas forzadas de la misma.
También se sufre daño muscular, ya que, en estos casos, los músculos se acortan y se endurecen. Todo ello provoca que las tareas cotidianas como sostener los cubiertos o atar los cordones de los zapatos sean cada vez más dolorosas.
En las últimas etapas de la enfermedad los síntomas ya no se limitan en afectar las articulaciones, sino también pueden aparecer en algunos órganos como los ojos, pulmones, corazón, etc.
Por todo lo anteriormente comentado, es por lo que cuanto más temprana sea la respuesta,
La prioridad durante el tratamiento de la artritis es evitar la llamada erosión articular, que causa la destrucción del tejido de las articulaciones, con el fin de poner remedio a las inflamaciones articulares y disminuir el daño permanente para así mantener una mayor movilidad física, tan pronto como sea factible, se requiere un diagnóstico lo más preciso posible.
El diagnóstico de la artritis se basa en el criterio clínico del médico, ya que aún no se cuenta con una prueba que indique el padecimiento de la enfermedad. En este sentido, el cuestionario sobre los antecedentes personales y familiares del paciente y la exploración física, constituyen los pilares del diagnóstico de la enfermedad.
Para diagnosticar la artritis, se necesitan varias pruebas. Por ejemplo, en la artrosis reumatoide, en primer lugar, se realiza un análisis de sangre para determinar si hay valores que informen sobre el nivel de la inflamación, la velocidad de sedimentación globular o la concentración de proteína C-reactiva (CRP). El factor reumatoide se comprueba en la sangre, los anticuerpos que atacan a los tejidos y las articulaciones del cuerpo.
También serán esenciales para el diagnóstico las radiografías de las articulaciones afectadas. Sólo así las alteraciones típicas de la artritis pueden ser detectadas a tiempo y poder aplicar un tratamiento adecuado.
También podrán realizarse otras pruebas complementarias para detectar los problemas que pueden existir en el interior de la articulación y pueden estar ocasionando los síntomas. Entre ellas TACs, resonancias magnéticas o ecografías, cada una de ellas específicas para comprobar no solo el hueso, sino también, cartílagos, tendones, ligamentos y demás tejidos blandos.
El tratamiento para la artritis se centra en aliviar los síntomas y mejorar el funcionamiento de las articulaciones. Es común tener que probar distintos tratamientos o combinaciones de ellos antes de encontrar el que mejor funcione en cada caso.
El ejercicio regular es un requisito básico para el cartílago y por lo tanto para mantener las articulaciones saludables. Después de todo, la circulación de la sangre es estimulada por la actividad física.
Además, gracias al movimiento de la articulación también se drenan mejor los residuos y otras sustancias nocivas. Por otra parte, la estimulación mecánica aumenta la actividad de las células del cartílago.
Algunos ejercicios adecuados serían los siguientes:
Ciclismo: acostado, debes elevar ambas piernas hacia arriba y moverlas como si estuvieras pedaleando.
Rotación de los hombros: comenzar trazando pequeños círculos y poco a poco hacerlos más grandes. Rotar tanto hacia delante como hacia atrás durante unos tres minutos.
Rotación de las articulaciones de las manos: realizar un movimiento circular en ambas direcciones con las dos manos. Repetir diez veces en cada dirección.
Separación de los dedos: separar al máximo los dedos; a continuación, cerrar el puño con fuerza y liberar los dedos lentamente. Repetir diez veces.
El tratamiento de la artritis se puede complementar con una terapia física y ocupacional específica. Ésta se debe seguir con el fin de fomentar la movilidad y el mantenimiento de las articulaciones.
En el tratamiento farmacológico de la artritis se utilizan diversos fármacos que varían según el tipo de artritis a tratar.
En el caso de la artritis reumatoide se utilizan dos tipos de fármacos: para aliviar el dolor (antiinflamatorios y corticoides), y para modificar la enfermedad a largo plazo. En la actualidad existen una amplia gama de medicamentos a base de corticoesteroides, para inhibir la inflamación de las articulaciones.
El tratamiento de la artritis con andulación actúa a través del 2º principio biofísico, la teoría del Gate control system, se produce un alivio rápido de los síntomas agudos y se evita el deterioro de las articulaciones, causado por la inflamación.
Mediante la combinación del calor por infrarrojos y las vibraciones mejoramos la irrigación de las articulaciones favoreciendo así la disminución de la inflamación y favoreciendo a la cicatrización de los tejidos dañados.
Además de los medicamentos básicos antes mencionados son también comunes en los tratamientos para la artritis reumatoide los fármacos biológicos tales como inhibidor de TNF. Estas sustancias están compuestas de biología molecular que bloquean los efectos perjudiciales causados por sustancias inflamatorias producidas por el cuerpo. Hay que tener en cuenta, pero, que, aunque estos fármacos biológicos ayudan contra la artritis también pueden debilitar nuestras defensas.
El frío alivia el dolor y reduce la inflamación de las articulaciones. Para esto, los pacientes pueden usar bolsas de hielo o bolsas especiales rellenas de gel frío en las articulaciones afectadas varias veces al día en periodos de no más de cinco minutos, y envolviendo las bolsas en un paño para proteger la piel de la congelación.
Por otro lado, y siempre que la artritis no sea de tipo inflamatorio el uso de calor o bien con bolsas térmicas o esterilla, puede ayudar a favorecer la irrigación de la articulación, nunca exponiendo la articulación al calor más de 10 min un par de veces al día.
La artritis no se trata de un simple “achaque”, sino de una enfermedad grave que debe ser tratada lo más rápido posible para así poder prevenir todas las posibles complicaciones que puede ocasionar.
Si la inflamación afecta a las articulaciones y se deja sin tratar, estas quedarán dañadas irreparablemente, de ahí la importancia de su tratamiento. Para este fin la terapia de Andulación, en un primer paso nos proporciona la energía para luchar contra la patología. A través del 2º principio biofísico, se produce un alivio rápido de los síntomas agudos y se evita la destrucción de las articulaciones, causada por la inflamación.
Es importante tener en cuenta que además es un tratamiento eficaz para la prevención de los factores de riesgo de la enfermedad y que, gracias a esto, su uso en las primeras etapas o incluso antes de la aparición de los primeros síntomas puede ayudarnos no solo a sentirnos mejor, sino también a preparar a nuestro cuerpo a combatir la aparición de la rigidez articular y mantener las articulaciones sanas.